Seguramente no elegirían los ‘guerreros’ una plaza como el Giuseppe Meazza para librar una batalla que empiece a cambiar el signo de la historia. Pero los libros se escriben logrando grandes hazañas en escenarios feroces. Y el feudo del Inter de Milán es, sin lugar a dudas, el paradigma de todo ello.
Una afición que ruge, que es hostil, que hace pasar un mal rato a cualquier rival que la visite. La capital lombarda, además de ‘glamour’, respira fútbol por los cuatro costados. Cualquier recoveco es bueno, ya estés en la Piazza del Duomo o en el lujoso barrio de Brera, para hablar de lo único que importa las próximas 24 horas: el Inter de Milán-Barça.
OTRO RING Y 75.000 GARGANTAS
Tras la ‘brega’ de Montjuïc, que quedó en tablas después de un imposible giro constante de guion, ahora toca cambiar de ring. Uno con más de 75.000 almas en la grada (casi 4.000 de ellas se dejarán el alma para alentar a su Barça) y que ha vivido noches épicas y memorables a lo largo de la historia de este deporte que en el transalpino se vive con una pasión fervorosa. Ya estés en Nápoles o en el norte. Tan distintos y tan semejantes al mismo tiempo.
Hansi Flick, on the previous press wheel to the Inter – FC Barcelona of Champions / JAVI FERRÁNDIZ
El Barça de Flick disputa el duelo más trascendental y relevante del último lustro. Por fin de nuevo en una semifinal. Otra vez a las puertas de jugar una final de Champions. De la competición con más pedigrí del planeta fútbol. A por la novena en sus casi 126 años de historia. Para que nos hagamos una idea de lo que engloba llegar y poder vivir el partido de los partidos. El que te da acceso a tirar de las orejas al trofeo de los trofeos.
UN GRUPO DE CHICOS Y UN BLOQUE DE CEMENTO
En fin, después de ponernos melodramáticos y apocalípiticos hay que hablar algo de fútbol. De los dos pedazo de equipos que vuelven a cruzarse esta noche en el Meazza. Una final anticipada, dirán algunos. Sin falta de razón. El Barça es quien mejor juego ha desplegado en Europa todos estos meses. Y el Inter es un bloque de cemento armado que juega de memoria y que lleva tres años logrando éxitos con un sello propio inalterable.
Lamine Yamal in the first leg against Inter Milan / Alejandro Garcia / EFE
Flick ha intentado pulir todo lo que se hizo mal en la ida. Sobre todo, la fragilidad a balón parado. Y el desorden en varios tramos de la segunda mitad. Inzaghi tiene clarísimo cuál es el punto fuerte de sus chicos. En 2-3 pases son capaces de plantarse en área rival, con superioridad. Huelen la sangre y tienen veneno.
CORTAR LA HEMORRAGIA
Los carriles. Con un Dumfries que fue un un avión por la derecha. Algo que ha machacado el técnico de Heidelberg hasta la saciedad esta última semana. Hay que cortar las fugas como sea. Porque si la hemorragia sigue abierta hay poco que hacer. Hansi es consciente de que su equipo genera. De que Lamine está en un estado de forma excelente y que el escenario le hipermotivará. A partir de ahí, ‘laisser faire’ y que los chicos “disfruten”.
Algo que se cansó Flick de insistir en su turno. Que no cambien un ápice la forma cómo entienden el fútbol, cómo lo viven. La manera de afrontar los partidos, de divertirse haciendo lo que hacen. Como en La Masia. No dejan de ser un puñado de adolescentes en un contexto y escenario de una magnitud mucho más colosal de lo que hubieran imaginado. Y este equipo quiere meterse de lleno en la historia. Vía disfrute, claro.
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