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“Our desire is the gasoline with which capital is nourished”

“Our desire is the gasoline with which capital is nourished”
“Our desire is the gasoline with which capital is nourished”

—¿Qué mensaje ha querido transmitir en la Semana Galega de Filosofía?

Mi conferencia ha querido ser, como indica su título, una contribución a una teoría no depresiva de la depresión, que es una expresión que recojo de Bifo Berardi. Con ello, he querido plantear la depresión, no ya como un problema de salud mental, sino, en primer lugar, como un síntoma de nuestra época que indica el fracaso del modo de vida en el capitalismo neoliberal, y, en segundo lugar, como un estado mental que es, en cierta medida, un estado de lucidez que contiene la verdad que contradice el discurso oficial.

—¿Se explica los altos índices de suicidio en la sociedad contemporánea?

El suicidio es la primera causa de muerte no accidental entre la población joven, y la tercera a nivel mundial en las sociedades occidentales. Los índices van en aumento. Es obvio que esto tiene que ver con la imposibilidad, por una parte de la población, de asumir el mandato neoliberal de la productividad constante, el éxito, la exposición en redes, es decir, la obligación de desear y ser deseados con la que se alimenta el capital. En mi reciente libro «4227 suicidios no ejemplares. Deseo y melancolía en el capitalismo neoliberal», trato de mostrar que el aumento de suicidios y de diagnósticos de depresión es una cuestión política que el nombre de «enfermedad mental» tiende a individualizar y despolitizar.

—Defiendo que el capitalismo nos quiere en tres escenarios simultáneos: produciendo, solos y endeudados ¿coincide con esta perspectiva?

Exacto. Siguiendo a autores como Fisher, Baudrillard y Foucault, planteo que el éxito del neoliberalismo, el hecho que hayamos aceptado este modo de vida hiperacelerado e hiperproductivo, tiene que ver con el deseo, esto es, con la captación, por parte del capitalismo, del mecanismo libidinal de los individuos. Es cierto, como sostienen los lacanianos, que el capitalismo funciona a través del goce, es decir, de la adicción (a las redes, a la pornografía, al trabajo, etc…), pero no es solo por adicción que participamos. Hay también deseo, deseo de ser alguien, de mejorar constantemente, deseo de reconocimiento, deseo de ser deseado y tener capital erótico, por ejemplo. Nuestro deseo es la gasolina con la que se nutre el capital. Pero el resultado real es precariedad, agotamiento, angustia, desesperación y deuda infinita que nunca alcanzamos a saldar.

Trato de mostrar que el aumento de suicidios y de diagnósticos de depresión es una cuestión política que el nombre de «enfermedad mental» tiende a individualizar y despolitizar

—¿Cómo es el deseo en el tecnofeudalismo actual?

El cibercapitalismo actual ha llevado, como dice Varoufakis, a un tecnofeudalismo, es decir, a la concentración del poder en unas pocas manos, justo las de los que acompañaban a Trump en su victoria electoral. A día de hoy, todos trabajamos para ellos incluso cuando creemos que no trabajamos. Cada vez que estamos, ociosos, en las redes, en realidad, estamos produciendo para ellos. De otra parte, el tecnofeudalismo opera como una selección natural entre generaciones. Esta es una idea que escuché a Jose Luis Villacañas y me parece muy acertada. Cada generación (boomerd, milenials, zoomers…) son, en realidad, identidades del capitalismo, portan el nombre de la tecnología con la que han nacido y para la que son ganadores por adelantado. Sin embargo, las revoluciones tecnológicas del capitalismo son muy rápidas, y eso quiere decir que en cuestión de 20 años el deseo y los cuerpos de las nuevas generaciones ya no estarán a la altura de las tecnologías que vendrán, y por tanto serán menos productivos. El cibercapitalismo premia la juventud, el deseo y el dominio de la tecnología. La experiencia adquirida u otros valores mueren por selección natural, es decir, a día de hoy, tecnológica.

Creo que en realidad parar, dejar de desear, negarse a ser productivo y deseante, es, a día de hoy, un acto político

—¿Y el revés del deseo, la melancolía?

En mi libro, y en la conferencia en Pontevedra, trato de poner en valor la melancolía, que es, justamente, la pérdida de deseo. No creo que sea casual que nuestra enfermedad sea hoy la depresión. Creo que en realidad, parar, dejar de desear, negarse a ser productivo y deseante, es, a día de hoy, un acto político. Para comprender esto hay que concebir la melancolía, no al modo de Freud, para quien la melancolía es un duelo peezoso que no trabaja y se queda pegado al objeto perdido, sino como el estado de quien sabe que la catástrofe ya ha tenido lugar. El melancólico, como dice Kristeva, es un ateo radical, y creo que es eso lo que hoy necesitamos. Un ateismo militante que sepa actuar sin esperanza, sin futuros ni utopías, sin creencias infantiles, capaz de asumir el sinsentido. Actuar según criterios de justicia, antiautoritarismo, o antifascismo, no requiere ni tierras prometidas ni sacerdotes que nos guíen. Creo, por lo tanto, que la melancolía es una gran maestra para los tiempos deseantes y vacíos que corren. Además nos immuniza ante las promesas del infierno de salvadores que vendrán.

—Como profesora ¿cómo percibe que impactan estas influencias del contexto socioeconómico actual en la salud mental de los estudiantes y jóvenes en general?

Muchos de mis estudiantes afirman tener problemas de salud mental y han sido diagnosticados y medicalizados. Yo creo que, en la mayoría de los casos, eso es un error. Una cosa es tratar de entender de donde proviene tu malestar, pensarlo es necesario, y cada cual ha de extraer de las violencias sufridas y de los traumas, la verdad que los libere, que casi siempre es colectiva y política. La mayor parte de depresiones entre mujeres y cuerpos feminizados provienen de abusos sexuales y violencias durante la infancia. Eso se llama patriarcado y es político. Por otra parte, los jóvenes sienten la trampa del sistema neoliberal, la promesa de felicidad que en realidad se disuelve en precariedad, imposibilidad de pagar alquileres, desigualdad fragante. Es por ello que tanto la población más joven como los más precarios son presas fáciles de los programas fascistas que les prometen lo imposible, volver al fordismo, por ejemplo. Creo, por lo tanto, que comprender la verdad que contiene los estados depresivos por los que pasamos, es un antídoto muy útil, además de una posición ética, frente a las promesas populistas.

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