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Books | Criticism of Alberto Chimal’s book ‘The Secret Stays’

Books | Criticism of Alberto Chimal’s book ‘The Secret Stays’
Books | Criticism of Alberto Chimal’s book ‘The Secret Stays’

Yo no sé todavía qué es Chimal. Lo leo y lo releo y me sigo preguntando: ¿quién o qué es Alberto Chimal (Toluca de Lerdo, México, 1970)? Es el escritor de los relatos imposibles, pero también el de los relatos que, en cuanto son posibles en su cabeza, también son una posibilidad inquietante en el mundo en el que vivimos quienes no somos Chimal. Chimal es el Horacio Kustos que va al Polo en un cuento que comienza de forma nonchalant: «Horacio Kustos va y (después de mucho tiempo de buscarlo) compra un mapa antiguo». Pero es también todas esas otras voces que surgen de la nada, de la forma más perturbadora e impensable, y te hacen leer asustado y regocijado en medio de risitas nerviosas.

El autor de Las estancias secretas es el último dueño del cetro de una larga tradición transoceánica, y como tal se enfrenta a riesgos. Cuando de pronto te dices ajá porque parece que por ahí se va a parecer a Julio Cortázar, resulta que hace un raro escorzo y entonces no se parece a nadie, ni siquiera (ja, ja) a Chimal. Quizá se parece a esa taciturna luminaria solitaria y genial, viajero de los pianos a oscuras y de las casas inundadas, que fue Felisberto Hernández. Te lo insinúa un giro aquí y un giro allá. Pero entonces te das cuenta de que no se parece a Felisberto Hernández porque trate de escribir como Felisberto Hernández: si se parece a él es porque ambos miran el mundo con ojos cándidos, como un niño embelesado.

Un crítico atrabiliario y admirado por Jorge Luis Borges, Emir Rodríguez Monegal –aparece en El Aleph–, dijo de Felisberto Hernández: «Era un niño que no maduró más. Es cierto que es precoz y que puede tocar con sus palabras la forma instantánea de las cosas. Pero…». Si ser capaz de tocar con las palabras la forma instantánea de las cosas es un delito de lesa humanidad para un autor, señalo a Chimal por ser uno de los mayores criminales de la narrativa actual. Por eso se me hacen tan parecidos Felisberto y Chimal, escritores que pulsan pianos inundados de misterio en una habitación a oscuras. ¡Y qué logro de gran escritor es ese! Conservar la visión del niño y hacer que las cosas aparezcan en su primer estado fugaz, apenas dibujado, justo antes de su desaparición…

Ojos esquimales

Chimal es ese niño embelesado, y no saben ustedes qué miedo tan delicioso ver el mundo como lo miran, asustadísimos, sus ojos esquimales. Ve cosas prodigiosas y extrañas que nadie más puede ver: como que entre la puerta del hogar y la calle hay otra puerta, por la que a veces uno pasa, y no lo sabe, o lo sabe demasiado tarde. Sus relatos cuentan lo que transcurre en el viaje de ida o de regreso de una puerta a otra puerta: de la puerta que vemos a la que no vemos, de lo que parece normal a lo que deja de serlo cuando al día se le cae su careta inofensiva.

¿Cómo lo hace, cómo puede distinguir tan a las claras aquello que, fugaz y muy borroso, discurre entre esas puertas? No lo sé. Regreso otra vez a Ciudad X, por ejemplo, y me digo: «¡Ah! ¡Ahí se me parece usted a David Markson!». Pero no es verdad. De improviso hay un quiebro y otro quiebro, y entonces a quien Chimal se me parece en Ciudad X, y en Los Parcos, y en Mogo, y en ¿Cuál es la forma del mal?, es ni más ni menos que a Alberto Chimal.

Todavía no sé quién es Chimal. Pero en este mundo vuelto a sus costuras que construye lentamente en sus relatos encantados empiezo a darme cuenta de que tal vez no exista, que quizá no es más que un loco que se soñó Chimal.

Las estancias secretas

Alberto Chimal

Atalanta

232 pages

22 euros

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