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Harvard, resistance wall against Trump

Harvard, resistance wall against Trump
Harvard, resistance wall against Trump
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En medio del tráfico de Bogotá, rumbo a una comida de trabajo, Marcos Díaz Tarragó recibió en su móvil la notificación que llevaba meses esperando. El remitente: la Universidad de Harvard. Abrió el portátil sobre sus rodillas, inició sesión en esa intranet de la que ansiaba formar parte y abrió la carta anunciada, con el membrete granate, su nombre completo en el encabezado y una palabra que lo cambió todo: ‘Congratulations’ (‘enhorabuena’). Harvard le ofrecía una plaza para el curso 2025-2026.

“Fue pura felicidad”, explica Marcos a El Periódico sobre ese 12 de marzo de 2025 que no olvidará. Apenas unas 1.900 personas fueron admitidas este año, solo un 3% de más de 54.000 solicitantes. “Es lo que todo el mundo sueña”, cuenta. El máster en Derecho Internacional al que fue admitido, programa insignia de la universidad, acepta solo 2 o 3 personas por nacionalidad, a diferencia de otros programas de élite. “Buscan no necesariamente expedientes perfectos sino perfiles interesantes que aporten diversidad”, señala.

Diversidad, esa palabra que se ha vuelto maldita en la ‘ ’ de Donald Trump. El esfuerzo por la diversidad representaba un intento de superar el legado de la esclavitud, integrar una nación de migrantes o avanzar hacia la igualdad de género, se presenta ahora, engañosamente, como algo opuesto a la meritocracia. Trump mandó cancelar todos estos programas y Harvard, al negarse, vio retirados 2.200 millones de dólares en fondos federales, un 40% de sus ingresos anuales. 

Trump ha hecho que Harvard, tradicionalmente considerada una institución elitista, se convierta en un símbolo inesperado del progresismo (al que llama ‘wokismo’), de la Academia que nunca terminó de aceptarle, y se empeña con ahínco para imponerse a ella de forma ejemplificante. Pero, como en un efecto rebote, Harvard se ha convertido en bastión de resistencia, respaldada justamente por el prestigio y el colchón económico, que si bien finito, le permite plantar cara al menos en un primer asalto. De momento, Harvard ha emprendido acciones legales contra Trump para recuperar los fondos.

Premios Nobel y expresidentes

La universidad más antigua de EEUU se fundó incluso antes que el propio país, en 1636 en Cambridge, Massachusetts, cuando era colonia británica. Harvard ostenta 163 premios Nobel y cuenta con más presidentes de EEUU entre sus exalumnos: ocho, tanto demócratas (John F. Kennedy y Barack Obama) como republicanos (de Theodore Roosevelt a George W. Bush), así como el activista por los derechos civiles W.E.B. Du Bois y 24 jefes de Estado y 31 jefes de Gobierno de todo el mundo, como el expresidente colombiano Juan Manuel Santos o el nuevo primer ministro canadiense, Mark Carney. Todo ello ha convertido a Harvard en mito – y chivo expiatorio.

“Hay una obsesión particular con Harvard en Estados Unidos. Se ha convertido en sinónimo de aspiración y elitismo”, dice a este diario Walter Johnson, profesor de Harvard de Historia y de Estudios Africanos y Afroamericanos, y uno de los más vocales contra la Administración, con artículos como ‘Si Harvard se pliega a Trump, ya ha perdido’.

“Es la oportunidad de aprender de los mejores, rodeado de gente diversa y con las mismas inquietudes”, dice Marcos, que meses antes obtuvo una beca de posgrado de La Caixa que cubre matrícula y manutención. Nunca ha estado en Harvard ni en Boston, pero cuenta los días para empezar su máster en agosto. “Me gustaría que fuera una experiencia que me marcara para toda la vida”, dice, y se nota que apenas puede contener su entusiasmo.

Expectativas versus realidad

Cuando Maria pisó por primera vez el imponente campus de Harvard, sola, estaba hecha un mar de nervios. “Mi inglés no era tan bueno. Es lo que más miedo me daba”, dice a El Periódico con franqueza. Medio año después, su orden de preocupaciones ha cambiado. “Lo peor fue cuando los agentes de migración entraron en el campus”, narra esta española que prefiere no revelar su identidad por temor a represalias. “Actúan en secreto”, y añade: “Me daba mucho miedo que me siguieran volviendo a casa. Los compañeros estadounidenses se ofrecen a acompañarnos cuando acabamos tarde”, explica.

Además de sus asignaturas del máster, Maria asiste a “clases de ‘Conoce tus derechos’”, en las que Harvard da protocolos de seguridad al alumnado extranjero. Por ejemplo, con una persona estadounidense de confianza, crear un “código de seguridad”: una palabra o frase aparentemente inocua (tipo “la cena está lista”) que sirva para alertar en caso de peligro y que no pueda ser detectada si se interviene el dispositivo, dado que ya no se respeta el derecho a una llamada. Esa persona debe tener una copia del pasaporte, visado y toda la documentación del estudiante.

“Recomiendan que si viajas a España no lleves documentos federales que puedan usar para acusarte de espionaje”, explica Maria, como pueden ser contratos de investigación que tengan financiación pública, incluidas copias electrónicas, por lo que recomiendan dejar ordenadores o tablets en EEUU. Son nuevas prácticas que se añaden al control de pasaportes del aeropuerto. “Buscan tu nombre en internet para comprobar si te has posicionado públicamente contra la Administración Trump, y te piden que desbloquees tu teléfono para revisar tus redes sociales desde el dispositivo, con tal de detectar publicaciones sensibles incluso aunque las hagas bajo pseudónimo. Son medidas que crean mucho pánico social”, admite.

Maria tiene sentimientos encontrados. “Que Harvard sea más disidente me refuerza el haber elegido esta universidad en vez de Columbia, que no ha dudado en doblegarse ante Trump”. Aun así, para muchos no es suficiente. Maria teme acudir a manifestaciones pero recuerda un día en concreto, en la que se convocó un aplauso colectivo, como los del covid, para agradecer al rectorado por la confrontación.

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Algunos son críticos, como el profesor Johnson. “Harvard está jugando un complicado doble juego”, argumenta. Por un lado, observa “una campaña muy pública (y bien publicitada) para preservar la independencia académica”, mientras, por otro lado, “han tomado, supuestamente por voluntad propia, una serie de medidas exactas a las exigidas por la Administración Trump”, especialmente sobre diversidad. “Uno se pregunta si están negociando en secreto con la Administración Trump, mientras mantienen una fachada pública de valiente resistencia”, ironiza.

Lo cierto es que esta deriva ya le está costando a Harvard y a EEUU una fuga de talento. Maria, que planea hacer su doctorado después del máster, empieza a dudar si vale la pena quedarse. “Si van a revocar fondos federales, dime a cuántos internacionales van a coger para hacer investigación”, lamenta. “Me estoy planteando volver”, confiesa.

El ataque de Hamás

Beatriz García Quiroga ya está de vuelta a y, desde aquí, se siente libre de expresar lo que realmente piensa. Cursó el máster de Derecho Internacional en Harvard, el mismo que Marcos empezará en agosto. García Quiroga fue elegida para dar el discurso de graduación de su promoción el 6 de octubre de 2023. Al día siguiente, en la primera reunión para empezar a organizarlo, amanecieron con la noticia del ataque de Hamás. “Lo viví muy intensamente”, admite. “Se generaron dos flancos. Personas que un día antes eran amigos, una semana después no se hablaban”, explica. 

El conflicto escaló en los meses que siguieron. Recuerda que había un camión circulando por el campus con pantallas gigantes con la foto, el nombre completo, el teléfono y hasta la dirección de personas que habían firmado cartas contra el estado de Israel. Los estudiantes señalados sufrieron el acoso de compañeros y algunos de los poderosos filántropos de la universidad. Y es que los exalumnos ilustres se convierten en generosos donantes, sobre todo en la universidad que cuenta con más multimillonarios vivos (188), entre ellos Bill Gates, el padre de Microsoft, o Mark Zuckerberg, que creó Facebook en el colegio mayor. Pero fue Bill Ackman, propietario de fondos de inversión, quien inició una poderosa campaña acusando a la universidad de antisemita.

“En mi discurso apelé tanto a quienes fueron valientes al defender sus ideas como a quienes, por protegerse a sí mismos o a su entorno, sufrieron en silencio al no poder expresarse. No me atreví a decir más abiertamente lo que yo pensaba por miedo a represalias de la universidad,” cuenta Beatriz. Era mayo de 2024. Desde entonces, la situación se ha complicado más para Harvard con el regreso de Trump al poder.

La presidenta de Harvard, Claudine Gay, la primera mujer negra en presidir Harvard,  fue llamada a comparecer en el Congreso de EEUU en diciembre, para explicar la posición de las respectivas universidades ante las protestas propalestinas. También fueron citadas sus homólogas del MIT y la Universidad de Pensilvania – esta última, ‘alma mater’ de Trump, que consiguió traslado de expediente desde otro centro menor en tercero de carrera gracias a lo que se ha reportado por medios estadounidenses como el favor de un familiar (algo habitual en estas instituciones, sobre todo en los años 60). Lo atípico es que la Universidad de Pensilvania nunca haya invitado al presidente a un acto honorífico, algo que sigue molestando a Trump a día de hoy, según han contado asesores a la prensa anteriormente. 

En la comparecencia, las rectoras respondieron con evasivas sobre cómo castigarían los comportamientos antisemitas de algunos manifestantes – aunque ese no fuera el eslogan principal de las protestas. La polémica de los días siguientes, forzó la dimisión de las representantes de Harvard y de la Universidad de Pensilvania – ambas de la Ivy League, la agrupación de ocho universidades privadas del noreste de EEUU, cuyo origen está en una liga deportiva en 1954, pero que a día de hoy identifica la tradición histórica, altos estándares académicos y elevado estatus social —además de Harvard y la Universidad de Pensilvania, también se cuentan Columbia, Yale, Princeton, Brown, Dartmouth y Cornell, todas ellas de destacado prestigio.

“No creo que Trump considere a Harvard antisemita, pero cree que no está siendo lo suficientemente sesgada a favor de su ideología”, valora Beatriz. La situación en el campus es aún más límite este curso que el pasado, y también la universidad ha reaccionado de forma más contundente. 

“Estoy orgullosa por el cambio de rumbo”, dice la exestudiante. “El año pasado la respuesta fue lenta y débil. No actuaron hasta que la situación escaló, y aun entonces lo hicieron para proteger a los financiadores y filántropos, no a los profesores ni a los estudiantes”. Beatriz no sabe aún a qué responde este viraje y cree que la universidad sigue siendo una institución “opaca” pero celebra el giro, en favor de “recuperar la independencia y la libertad de expresión, que resuenen con el papel que tuvo la universidad en la lucha por los derechos civiles de los años 60 y 70″. Recuperar ese mito primigenio, “más acorde con la idea de universidad que tenemos de Harvard”, concluye.

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